miércoles, 14 de enero de 2015

Día 14

El teléfono me despierta a una hora que me parece indecorosa. Igual no tanto: deben ser las nueve de la mañana.
Una voz masculina pregunta por mí, con primer nombre, segundo nombre y apellidos completos. 
Antes de contestar comienzo a imaginar los improperios con que voy a obsequiar al vendedor de lo que sea, la madre que lo parió.
Le llamo de la biblioteca.
¡¿?!
Tenemos aquí su mochila y su bici, me parece.

¡Diosesgrande!

En la biblioteca automatizada tardo en ubicar el mostrador donde se esconde el bibliotecario (debe haber uno en cada planta, pero nadie lo sabe: han sido sustituidos por lectores de códigos de barras, biblio-self-service es, qué lástima) y cuando lo encuentro, descubro que el flaco rapado que mi imaginación atisbó por el rabillo del ojo, ni es tan escuálido, ni tan calvo, ni tan malo: sonríe y, como un trofeo, levanta mi mochila por encima de su cabeza.



martes, 13 de enero de 2015

Martes (día) 13

Un anciano se desploma delante de mí en la puerta de la biblioteca.
Su mujer, una vetusta estatua nacarada, permanece impasible a su lado, sin mover un solo músculo. Ni se alarma, ni emprende ninguna acción. Yo suelto todo y corro a auxiliar al señor. Mientras le pregunto cómo se encuentra, si puede levantarse o prefiere quedarse ahí un rato (tumbado boca abajo en mitad de la calle...), por una fracción de segundo miro mis pertenencias abandonadas: la bici apoyada contra la pared, la mochila tirada en el suelo, llena de libros recién tomados en préstamo, el perro ladrando histérico a nuestro alrededor.
Y por un instante, mi mente enferma imagina que un chico muy delgado con la cabeza rapada aprovecha la situación, agarra la bici y la mochila y abandona discretamente la escena. Mi perro como guardián no vale una mierda: sigue ladrando al abuelo tirado en el suelo. Lo giro con cuidado y, zas, veo el primer cadáver de mi vida.
La mujer me dice: Venimos del médico, acaban de quitarle una escayola.
No, el señor no está muerto y me hace señas para que lo levante.
Una escayola, ¿de la pierna?, pregunto. No, de ese brazo. Justo el que tengo agarrado con todas mis fuerzas para ayudar al hombre a que se incorpore. Su puta madre, señora. Podía intentar ser un poco más útil. Pobre anciana desorientada.
Cuando aparto la mirada del viejito azulado por el esfuerzo y me aseguro de que puede caminar sin ayuda, descubro que estamos rodeados por un grupo de unas diez personas. Ni me había dado cuenta de que estaban ahí (¿por qué he tenido que levantar yo sola a este abuelo, que no está precisamente flaco?)
Acompaño a la pareja hasta la puerta de un taxi, respiro aliviada.
Y entonces sí: miro a mi alrededor y compruebo que, efectivamente, mi bici y mi mochila han desaparecido.
Al volver, ¡caminando!, a casa, el perro sale corriendo detrás de un gato. Negro.

domingo, 4 de enero de 2015

Día 4

Domingo, cuatro de la tarde.
Un hombre lee en el metro. Casi todos los asientos están libres, pero él permanece de pie, con la espalda apoyada en alguna parte. Es alto y fuerte, quizás un poco gordo. Tiene una barba peluda pero cuidada, con algunas canas en las mandíbulas. Lleva un gorro y gafas, claro. Ropa buena, de la que no necesita ostentar marcas porque su calidad es obvia. No es un hipster: es a lo que todo hipster aspiraría, si pudiera. Difícil calcular su edad, entre treinta y cincuenta.  Pasan las estaciones y él sigue leyendo. Y de repente, sus ojos se llenan de lagrimas. Él continua escaneando con su mirada las líneas del libro, impertérrito, mientras las lágrimas cada vez son más gruesas y rápidas. Se le acumulan en el pelo de la barba. Se le está mojando incluso el cuello de la camisa. Me pregunto cómo puede seguir leyendo en esas condiciones y, por supuesto, qué está leyendo. Desde donde estoy sentada no alcanzo a ver la tapa del libro. No puedo resistirme, me levanto a mirar. "La constelación del perro", de Peter Heller. Ya. El tipo se ha dado cuenta de mi movimiento y clava en mí sus ojos húmedos. Si me gustasen los hombres, me enamoraría de este. Nos sonreímos y él alza las cejas, diciéndome sin pronunciar palabra: Sabía que iba a morirse y sabía que me partiría el corazón cuando llegase el momento, pero aún y todo, decidí amarlo hasta el final.
Y yo, en silencio, le respondo: Para mí lo insoportable es que después siga todo lo demás, igual, exactamente igual, cuando ya nada es lo mismo y no hay vuelta atrás. Y que sepamos que va a suceder y no podamos hacer nada para evitarlo. 
Y entonces son mis ojos los que se llenan de lágrimas. Salgo del vagón corriendo, en una estación que no es la mía. Me escondo para llorar a gusto sin que nadie me vea.

sábado, 3 de enero de 2015

Día 3

Welcome-Back to the Future.

Quiero ser Marty McFly.

Lo digo ahora que soy mayor, llevo un gato muerto en la cabeza y todo me chupa un huevo, más o menos.
Hace treinta años era una petulante intelectual que merendaba apfelstrudel en la cafetería de los Alphaville, antes de ver Le thé au harem d’Archimède, o Mitt liv som hund o Je vous salue, Marie, tostones imposibles alejados de los cines de la Gran Vía, cuyos títulos jamás se mencionaban en castellano.
Obviamente, me perdí Regreso al futuro, así que ayer fue un placer verla por primera vez en mi vida.

Quiero tener 17 años, un monopatín, unas Nike blancas con cosita roja y, sobre todo, sobre todo, quiero el chaleco de Marty. Siempre he querido un chaleco de plumas, ¿por qué nunca lo he tenido?

Ahí lo dejo, a tres días de Reyes. Adiós. Me voy a ver la segunda parte.


viernes, 2 de enero de 2015

Día 2

Escarcha.
Todas aquellas zonas que aún no han sido bendecidas por los rayos del sol son potencialmente mortíferas, por gélidas y resbaladizas. El perro, las gallinas y yo lo sabemos. Así que caminamos pisando charcos de luz, muy satisfechos todos. 

Alguien ha decorado un árbol con luces navideñas que tienen música incorporada.
¿Por qué?
Son las nueve de la mañana: las luces no se ven y ese sonido estridente es un flagelo que destruye la belleza del silencio que nos rodea. Me pregunto cuánto más falta para que todo termine.

Nos alejamos, jugamos con palos y piñas hasta que Olga aparece diminuta en la línea del horizonte, agitando los brazos: 'Volved, el desayuno está listo'. El perro corre hacia ella desconcentrado, atraviesa una zona de sombra y patina tres metros a la derecha sobre su costado. Cuando se incorpora parece reírse de sí mismo.

La mesa de la cocina repleta de botes, botecitos, tarros y tarritos: cada vez desayuno cosas más raras.

Me corto el pelo como cuando era una adolescente rebelde. Ahora parezco una señora mayor lesbiana que pretende ser moderna. Me da exactamente igual. Tropiezo con mi reflejo en una ventana: parece que llevo un animal muerto encima de la cabeza. Igual no me da tanto igual. Tengo que decidir qué hacer con mi bisoñé, si alimentarlo o determinar su extinción. Durante años estuve convencida de que bisoñé era un mamífero artiodáctilo, híbrido de bisonte y vicuña. Me los imaginaba en grandes manadas, atravesando el Serengueti, esquivando torpes las mandíbulas de los cocodrilos.

jueves, 1 de enero de 2015

Día 1

Mandarinas.
En el desayuno, justo después de plantarle cara al vecino y pedirle que este año abandone sus costumbres matutinas: ya está bien de despertarnos todos los fines de semana y festivos a golpe de bricolaje y/o jardinería. ¿En qué momento el mundo comenzó a usar máquinas ruidosas para cortar, hacer volar o triturar la materia vegetal? Ya nadie utiliza tijeras de podar, escaleras o escobas. Horrible.
Ligero dolor de cabeza, no debimos bebernos anoche esas dos botellas de cava.
Más mandarinas.
Estrené año con bragas rojas, por primera vez en mi vida. Unas viejas y muy desteñidas. Pero rojas. Comimos las uvas, sin sobresaltos. Nos besamos, abrazamos a los animales, hicimos panqueques para rematar la jugada. Los teléfonos sonaron lo justo, cuatro deseos de amor verdadero: ¿en qué momento nos apeamos de la hipocresía social, del barullo de los mensajes haciendo colapsar los móviles? Ventajas de la sociopatía. Precioso silencio y soledad.
Intentamos ver Under the skin. Aguantamos exactamente trece minutos. Lo único que me gusta de Scarlett Johansson es su voz y en esa película marciana apenas habla. En los últimos tiempos, además de las habilidades sociales, estamos perdiendo la paciencia a pasos agigantados. 
Hoy hace frío: mandarinas.
Salgo a correr con el perro, una hora ligera, para aliviar su exceso de energía y el mío de culpa. Trotamos veloces por los caminos que va dibujando el sol que se pone a nuestras espaldas, entre los árboles y sus alargadísimas sombras de soldados que montan guardia.
También purgo los radiadores y aumento la presión del circuito interno de la caldera, con precaución, lo juro: ha habido un escape pero no como consecuencia de mis exageraciones.
No hago balances del año recién caducado. No ha sido el mejor de nuestras vidas, eso está claro.
Ayer pedí doce deseos a golpe de campanada, que yo recuerde también por vez primera en toda mi existencia de peladora de uvas.
Pensé en sustituirlas por gajos de mandarina, pero tuve miedo de gafar la tradición.


lunes, 22 de diciembre de 2014

Oh

He recibido una invitación para escribir en este blog, éramos pocas y parió la abuela.
O como diría Olga: éramos pocas y parió la abuela.
Sí, hay cosas que no cambian a pesar de los kilómetros y los oceános.
Han pasado mucho tiempo y cuestiones desde el motivo inicial que originó la apertura de este espacio, y la mayor parte de su existencia ha estado oculto; imagino que ahora hay que dotarlo de un nuevo sentido. O al menos, algo que justifique su visibilización (no creo que esa palabra exista). Qué complicado.
En cualquier caso, que no deje de ser lo que siempre fue: una declaración de amor.
Olga, te adoro.

Ya veremos si soy capaz de escribir algo más o no.
<3

jueves, 11 de julio de 2013

¡Esta mañana amaneció lloviendo! No mucho; en honor a la verdad habrán sido veinte gotas, pero se nubló, desapareció el sol tirano que nos sodomizaba, bajó la temperatura unos ocho grados, y hay un viento milagroso. Desayuné unas galletas de maíz y mate mirando estupefacta por la ventana el hecho de que no hubiera sol y también que se voló la maceta con el árbol de eucalipto: no está tampoco en la calle. Pienso que no quiero tener más estrangulado un árbol en una maceta de mierda ni lamentar su suicido o muerte o desaparición o lo que sea que le haya pasado. La estevia también se está muriendo, y no es por falta de riego. Y la planta de Tu Hermana que está en nuestra habitación pierde hojas, muchísimas hojas; la tocás y se le caen diez, no entiendo qué le pasa. Las hojas que se caen son verdes, no veo signos de que se esté secando. Y la que tengo aquí a mi espalda me tiene los huevos llenos: me encantaría sacarla a la calle y que alguien se la llevara. No es fobia a las plantas, no. Es que salvo los cactus, sospecho que aquí las plantas sufren, y creo que puedo sentir su sufrimiento.
Estuve peleándome con la aguja de ganchillo, descarté hacer patucos, ahora intento un gorro. Tejer tiene un efecto relajante e introspectivo. Me puse a hacer un poco de autocrítica entre punto abierto y punto cerrado, a saber: soy muy pegajosa, y eso podría aburrirte en algún momento. Tengo que tener más vida propia, y hacer que me extrañes al menos un rato cada día. No tengo que seguir quejándome del perro; con poner cara de hastío supongo que alcanza. Nos quedan aún unos diez años de perro, así que más vale que aprenda a convivir con ello de una puta vez. También tengo que dejar de mariconear con la comida: si nos ponemos serias, debo ser seria de verdad, y no lloriquear porque no me apetece comer esto o aquello. Debo ser más tolerante con tus loops mentales, escucharte, aceptar y entender que estás en un loop y que no te das cuenta; y ayudarte a salir; no debo gritarte que sos una pesada o cosas así, porque esto te hiere, y a mí luego me genera una culpa horrenda; ninguna de las dos gana nada si yo me pongo desagradable. Tendríamos que salir a pasear al menos un rato cada día, me preocupa mi nula actividad física que te contagia. No quiero contagiarte mis perezas. Me encantaría que fumáramos menos, que instaurásemos algún tipo de control con el tabaco y también con el alcohol.
Estoy muy feliz de que ya vuelvas. Espero que los aviones funcionen bien y no haya retrasos. Que tu vuelo sea sereno, que logres dormir un poco. Mirá la noticia que dieron hoy.
Yo tampoco quiero vivir ni un solo día sin vos.

miércoles, 10 de julio de 2013

Hola mi amor.
Esta mañana no pude conmigo y compré churros que desayuné con café. Estuve parte de la mañana un poco enojada conmigo.
Resulta que anoche, cuando hablamos con Tu Hermana de ir al aeropuerto, fiel a sus dominancias deslizó que yo fuese a su casa en tren, para partir desde ahí al aeropuerto. Como ya había pasado más de una hora explicándole cómo usar el iPhone, y tenía hambre, y se me enfriaba la maravillosa tarta que hice -ya sabés Tu Hermana lo exasperantemente lenta que es para todo, incluso para entender cómo funciona la cámara o el iPod- no me detuve a pensar en las implicancias para mí en el hecho de tener que ir hasta Atocha, para llegar a su casa.
Y aquí una reflexión a modo de paréntesis: yo cocino, la espero con un Otazu en la nevera, le doy una toalla y la conmino a ducharse -hace un calor terrible-, quiero decir, ¿cuándo yo llego a la casa de ella (¡o de alguien!) y tengo la comida lista y perfecta esperándome, el vino delicioso a mi entera disposición, una ducha a la cual intento negarme por pereza pero que luego agradezco de todo corazón, y todo esto sólo por el insólito motivo de que van a regalarme un cacharro moderno, que en mi vida entera de juntar maderas, periódicos viejos, plumas de pájaros y porquerías varias, no hubo lugar siquiera para imaginar tamaña tecnología que incluye cámara de fotos, teléfono, reproductor de música y pantalla táctil? Y no mencionemos ya la capacidad de charla abierta, sentido del humor y carisma de mi anfitriona-benefactora, vamos.
Y mi enojo apareció, entre churro y churro esta mañana, porque me di cuenta de que la culpa no es de ella, no. Soy yo, que no puedo con mi maldito sentido-de-cómo-se-trata-o-cuida-a-una-persona. Porque si bien este sentido en mí es natural, no es cierto que sea desinteresado. Me interesa la retribución, el feedback, que le dicen. Y esto, con Tu Hermana, no sucede. Y yo ya sé que no sucede. Pero sigo sin terminar de entenderlo. Y no entenderlo me frustra. No puedo creer que luego de haber hecho todo lo que te describo más arriba, no se muera ella de agradecimiento y me diga: el domingo te paso a buscar a la hora que quieras, y nos vamos a buscar a Lo. Y yo quiero escuchar eso, y eso no lo escucho.
Estuve bastante ensimismada con esta particularidad mía de tratar a la gente, y los resultados (magrísimos) que obtengo. Lo digo también por Roberta.
Almorcé los restos de tarta que quedaron, sin mucho ánimo. La tarta era esta:
 

Luego dormí la siesta, no se puede hacer mucho con los treinta y siete grados madrileños de hoy. Desperté como a las ocho, comí un cuenco de cereal con yogur guarro (again, sí) y bajé al parque con el perro. Mientras estaba allí, no podía parar de pensar que me quiero ir de Madrid, pero ya.
Estoy muy premenstrual, volví a casa llorando, estoy harta de los perros, harta.
Ya en casa le di de comer a los animales, me tomé una lata de Coca Cola y puse a descargar los capítulos que me faltaban de Orange is the new black, para que podamos verla cuando llegues. Y llamé por teléfono a Tu Hermana, y le dije que visto que tengo que ir a Atocha de todos modos, en vez de tomar un tren para ir a su casa, me tomo el tren hasta Barajas. Y punto. Iré al aeropuerto en tren con el perro, no te preocupes.
Quiero que me digas en cuanto leas esto qué te gustaría que haya en casa para comer cuando llegues: acá el tema alimentación está tan desolador como puede serlo la comida macrobiótica, creo que te va a dar algo cuando llegues y veas la nevera pelada, sobre todo luego del turismo gastronómico del que venís. Lo que sí hay es vino: un Otazu sin abrir y ese otro que compró tu madre; de hecho el Otazu lo compré por si falla el que compró tu madre. Ah, Tu Hermana trajo un queso de su viaje, lo probé, es fuerte, y es de vaca.
Pensé que mañana por la noche podría cocinar una tortilla de papas para cuando llegues, y comprar un poco de jamón, para hacerte volver a tus raíces. Pero igual te apetece otra cosa, no sé, decime vos que yo mañana voy a estar todo el día en casa y no me molesta cocinar para las dos.
Definitivamente la vida sin vos apesta.

lunes, 8 de julio de 2013

Mi día fue super insustancial: me desperté a las nueve y media, me lavé la cara y me fui con el perro hasta la veterinaria de la Avenida Castillos. Vi un montón de hurones enjaulados y hablé con una señora rubia y flaca que parecía ser la dueña; le expliqué qué cosas sé hacer y le dejé mi currículum. Me gustaría trabajar allí porque está a diez minutos andando y hay que atravesar el parque, y también porque hay hurones. Supongo que le causé buena impresión, no sé. Luego volvimos, desayuné mate con galletas de maíz. Luego doblé la ropa que había puesto a secar ayer, almorcé arroz integral con los garbanzos que quedaron, y me fui a dormir la siesta. Desperté cerca de las ocho, me comí un cuenco de cereal con yogur líquido guarro, me llamó Tu Hermana, que viene mañana a cenar y a buscar el móvil. Me dijo que te pregunte a qué hora llegás, así te vamos a buscar en su coche; no sé si te apetece. Luego hice mi couscous con tomate y pepino, y lo puse en la heladera. Bajé al parque con el perro. Me tomé una lata de birra con Petri. Volví. Hoy no leí nada de Wallace, básicamente no hice nada de nada: el calor me tiene muy mal, la verdad. Ahora acabo de cenar, y creo que me voy a la cama, tengo sueño, a pesar de la siesta de tres horas. Estoy premenstrual, me duelen las tetas. Te extraño.

domingo, 7 de julio de 2013

Te cuento que ayer, cuando me encontré con tu madre, lo primero que vi con horror es que nos había comprado un cojín con un estampado marrón de gatitos deformes. Pocas cosas tan feas he visto en mi vida. El caso es que el cojín era inmenso, y tuve que cargar con la bolsa gigante tooodo el camino desde Ópera hasta la platería. Ya allí, tu madre hizo gala de una insoportabilidad sin precedentes: ella (por algo es tu madre) sabía cuál era tu medida de dedo, no vos, que dijiste que eran 19 milímetros; no paró de arrebatarme cada anillo que yo intentaba imaginar para nosotras, hablar a los gritos y torturar al platero. Al final, me medí mi dedo, y quedamos en que tu anillo sería medio punto más pequeño que el mío; a ver qué sale. El platero tiene pinta de ser alguien dedicado al oficio de toda la vida, y seguro que sabe hacer algo tan tonto como un anillo martillado, el problema es su estilo: el hombre tiene un mal gusto notable. Ni hablar de hacer algo parecido a los anillos de la foto que te envié el otro día; al final me decanté por este.
Espero que salgan bonitos. De todas maneras yo poseo el desparpajo necesario para no usarlo si no me gusta; si por el contrario salen bien (estarán listos para la segunda semana de agosto), entonces los mandamos a grabar.
Cuando salimos de allí, fuimos caminando hacia el Corte Inglés que tiene terraza, y en el camino pasamos por una de las tiendas de souvenirs: ya es la segunda vez que tu madre me hace el chistecito de meterse en la tienda pretendiendo que yo la acompañe; ambas veces yo seguí caminando y me paré en donde me dio la gana; la vez pasada fue en un estanco, y aproveché para comprar tabaco. Luego tu madre sale de la tienda y no me encuentra, me llama por teléfono y me regaña por haber desaparecido; ya le expliqué ambas veces que no quiero entablar conversación con nadie que tenga que ver con la Familia Souvenir. Esta vez, seguí caminando y entré en la tienda L'Occitane, a chusmear; tengo debilidad y fascinación por la alta cosmética, es más fuerte que yo, y recordé que antes de salir al encuentro con tu madre, en la ducha, eché en falta un producto para limpiarme la cara, así que cometí el relajo de comprar un gel verde biológico que huele a gloria y que te deja la cara como un culo de bebé, y un bote pequeño de una crema de manos que también huele a paraíso, y se absorbe inmediatamente, no como esa crema que tenemos que no está mal, pero al lado de esta es una auténtica porquería. Tu madre repitió el ritual de llamarme y gritarme; vino a la tienda y se compró ella también una crema de manos.
Luego llegamos al Corte Inglés, y fuimos directamente al sitio de los quesos. Comimos la misma tabla con ese queso en forma de flor que me chifla, y una copa de vino blanco rueda cada una (no tenían el Perro Verde). Las vistas de ese sitio son maravillosas, el atardecer se ve sublime. Tu madre, luego de la primera copa de vino, se emborrachó, y pidió otra ronda, y se puso contenta y dicharachera. Esto no impidió, sin embargo, que regañara al camarero porque las primeras dos copas las trajo desde el mostrador en vez de servirlo como corresponde frente a nosotras; a la siguiente ronda, el señor tuvo la amabilidad de pedir disculpas, traer la botella a la mesa, y una tapa de jamón; no sé cómo llegó tu madre a empezar a despotricar contra los catalanes frente al camarero de mirada impasible y harta.
Salimos a fumar, y ahí empezó el interés de tu madre por "darle a mi única hija un bodorrio como corresponde": ella quisiera financiar una fiesta, y que los invitados fueran: cuatro de tus ex-novias, Silvina, Tu Hermana; su amiga Pilar, tu padre y Begoña Souvenirs. Toma ya.
Luego, al salir, visto que el sitio en el que estábamos se llama Gourmet Experience, pues tu madre me llevó a la experience: dijo que era importante que hubiera en la nevera 'algo rico para cuando vuelva la niña', así que elegí un vino blanco rueda no muy caro que ya está aquí, y nos compró de nuevo ese té del dragón, pero esta vez en lata.
Volviendo a casa en el metro, olvidé la bolsa con el cojín en algún sitio; yo pensaba dejarlo directamente en un contenedor, pero mirá vos el inconsciente.
En el metro llamó Tu Hermana y le dije que la llamaba en cuanto llegase; y horror, me olvidé por completo. Hace un rato le mandé un mensaje pidiéndole disculpas, pero no me contestó aún, espero que la razón sea que está currando mucho.
Hace mucho calor. Ayer puse una lavadora con la sábana roja y la funda de edredón azul que usamos mientras estabas acá; me da tristeza no ser capaz de doblar todo perfectamente como lo hacés vos. Ahora puse otra lavadora con ropa interior de las dos y algunas camisetas. Desayuné mate, y te digo que acabo de abrir el segundo paquete que nos quedaba. Mejor que traigas, cariño, porque Nico me dijo por el chat que les queda poca. Empecé a ir a la verdulería esa que está lejos, camino de la biblioteca; al perro le gusta ir por ahí; compré un aguacate, tomates, cuatro paraguayas, un pepino, una berenjena y un calabacín. Estoy adicta al couscous con tomate y pepino.
Mi plan para hoy es tejer unos patucos para Vega, que todavía no nace; compré ayer un poco de hilo de algodón morado.
Te extraño, cielo. No veo la hora de volver a verte. Sos muy importante para mí, lo más importante de todo.

jueves, 4 de julio de 2013

¡Qué calor, por Dior!
Mientras te escribo, ceno. Tengo entre mis piernas el wok con un saltado de patatas, judías pintas que sobraron del otro día, un poco de tofu, tomate y cebolla. Es lo mismo que almorcé hoy, no voy a cocinar dos veces por día, faltaría más.
Hoy me la pasé todo el día bajando dos series nuevas: la mini-serie de siete capítulos que te dije ayer, Top of the lake, que vi el primer capítulo y me interesó, es rara la serie, inquietante. Y los primeros capítulos de otra serie que se llama Orange is the new black: la historia de una chica bisexual que está en prisión. En cuanto termine de cenar, siendo ahora mismo las 22:10, me lavaré los dientes, alimentaré a los perros y me iré a la cama a mirar estas cosas, hoy, más que nunca, no tengo el chichi pa' ruidos.
Quedé con tu madre el lunes para ir a la platería. Acabo de encontrar unos anillos que me chiflan:


No te voy a mentir: los que tienen perlas me encantan, pero los que no tienen nada también; a ver si este señor nos puede copiar algo así; ¿qué pensás? Por cierto, deberías encontrar la manera de darme la medida de tu dedo anular, para el lunes por la mañana hora de acá; a las 17:00 voy a estar en la platería.

Extraño mucho criticar películas y series y programas de tele con vos. Extraño demasiado que me digas buenos días, y los relatos de tus sueños. Extraño bastante caminar con vos hacia la biblioteca en días sin mucho calor, y que me digas qué pájaro es ese o aquel. Extraño en cantidad elevada salir por la mañana a comprar algo que me hayas pedido para desayunar. Extraño un poco tus relatos de perros. Extraño de modo desesperado hacer el amor y abrazarte luego. Extraño muchísimo tu cara cuando probás algo que cociné y que te gusta. Te extraño a vos, toda, de manera rabiosa, dependiente, absolutamente instintiva y carnal. Faltan solo ocho días para volver a dormir con vos ¿verdad?

martes, 2 de julio de 2013

Acaba de irse la niña y siento que vuelve a mí la concentración. Me doy cuenta de que para escribir tengo que estar sola, y con música o silencio. Y que necesito el ordenador, porque siempre me asaltan dudas documentales de todo tipo, y tengo que mirar la Wiki o WordReference o noticias bizarras. Me doy cuenta de que me gusta escribir, es como si me estuviera abriendo un camino donde descubro qué cosas necesito, qué espacio, qué ambiente y ¡qué silla! La mía es una bosta, ahora que estoy usando la tuya lo veo claro. Siento como si me estuviera reconciliando con el acto de escribir, que antes entendía nada más que como una medida desesperada. Puedo escribir sin estar desesperada, pero ciertas condiciones tienen que estar dadas; la soledad me es imprescindible.
Estos dos días con la niña comimos poquísimo: couscous con tomate y pepino de cena. Arroz integral con tempura de calabacín en el almuerzo. Couscous con tomate y pepino para la siguiente cena. Pasta blanca con ensalada de lechuga y tomate este almuerzo. Esta chica come poquísimo y no le interesa ni disfruta el acto de comer. Y a mí, que quiero alimentarme mejor, me gustó esta manera de comer: despojada, desinteresada, minimalista: todo lo contrario a lo que soy.

Me di cuenta también de que hace falta muy poco para vivir, en realidad.
Las únicas guarrerías que comí estos días desde que te fuiste: unas galletas deliciosas que trajo la niña de Londres, biológicas; un capuccino infecto en el Starbucks con tu madre (¿¿a eso llaman café??). Un poco de jamón serrano y tarta de manzana que cociné el día que vino de visita; alguna cerveza y un Otazu que nos bebimos con tu madre ese mismo día aquí en casa; es que quería agasajarla, vio. Y eso es todo. Quiero comer diferente.
Quiero ser capaz de escribir más asiduamente. Y quiero que vuelvas a casa. Te extraño mucho, mi vida.
No tengo mucho más que contarte, no pude agudizar mi percepción hacia cosas pequeñas porque estuve muy interrumpida como para tomar notas mentales. Anoche me quedé hasta las 04:00 toqueteando el móvil nuevo, solo iluminada por la pantalla y el sonido del ventilador. Los animales ni siquiera intentaron dormir conmigo; el sofá es super caliente para dormir, no se banca. Estoy feliz en nuestra cama, y también porque ya es martes, y esa inmensidad de tiempo que parecía un agujero negro entre nosotras se va achicando. Sé que para vos es una mierda este comentario, porque te encantaría quedarte en Bs. As. meses enteros; pero nosotros aquí, sin vos, nos aburrimos y no entendemos el mundo.
Preguntilla tonta y confesión: quiero sacar la tele y guardarla en el armario. ¿Puedo?
Tiré a la mierda la crema esa para el cuerpo que quedaba. Ahora tenemos una maravillosa con Organic Argan Oil from Morocco, que no abrí todavía; espero que no te importe.

lunes, 1 de julio de 2013

No es que la cría moleste mucho, no: su presencia es silenciosa. Pero es una niña nerd que no come si no la alimentás, no se va a dormir si no se lo decís, no se baña si no la mandás a bañarse. Yo me siento responsable y a la vez pienso que soy una boluda, que ella se arregle sola, pero no puedo: ella demanda con su silencio. Es una chica particular, muy tímida y que parece que vive del aire.
Ahora tenemos un vientito agradable que entra por la ventana, aleluya. Esta tarde me vino bien irme a ver el piso con tu madre, me sentía agobiada por la cría y el perro. El perro, por cierto, se porta muy bien, pero no estoy acostumbrada a hacerme cargo de todo. Yo no puedo tener perros sola, definitivamente.
Tu madre: fuimos a ver un piso en la misma calle donde está tu ginecóloga, y era un espanto de lugar, moderno, pretencioso y con ventanas pequeñas. Luego salimos de allí y vino su amiga Pilar. Las tres nos metimos en la tienda esa de los jabones que nos gustan. Tu madre mostró su compulsividad característica y nos compró: tres jabones de esos blancos de avena, una crema corporal que elegí yo y que quería pagar yo, ya que estaban en rebajas y solo costaba nueve pavos; un gel de ducha biológico que es súper cuqui. Por supuesto que tu madre enarboló la tarjeta del sitio ese, y pugnó por pagarlo todo, ya que los puntos de la tarjeta nosequé y blah blah blah. De allí salimos y fuimos a caminar por el barrio. Pilar se fue. Llegamos al portal de la casa de tu madre, obviamente terminamos allí por su propia decisión, yo sería incapaz de llegar hasta allí sola; y en eso me dice: ¿quieres subir?
Lo cierto es que me había hecho una imagen de lo que sería el departamento de tu madre mucho más macabra de lo que en realidad es. Es cierto que está lleno de cosas, pero no en plan Enterrado en mi basura. Le dije que no se sintiera mal, que no iba a criticarla y que contara conmigo para echarle una mano con la movida cuando quiera. Me mostró otra vez todos los álbumes de fotos de tu infancia. Sentí que tu madre está muy sola y lo único que le importa en el mundo es tu amor. Ojalá se abra un poco más y efectivamente me deje ayudarla con la historia de sus cosas. Luego, mientras me tomaba una tónica, me dijo lo del móvil, que me lo llevara y que probara, ella tiene aún dos móviles más (el que estaba usando hasta la semana pasada y este gigante nuevo que tiene ahora). Quien te dice, quizás termine dándote a vos el otro. Estos cacharros no son muy lindos, pero corren que es un gusto, ya lo verás. No sé vos, pero yo estaba en la edad de piedra de los celulares.
Y no te cuento mucho más, mi amor: estoy muerta de sueño, tomé un vino con tu madre en una terraza y aquí una cerveza, estoy que no veo.
Te extraño horrores.

domingo, 30 de junio de 2013

Llego a casa y todo está normal. La luz, los pájaros en las ventanas, la pila de periódicos en la entrada que ni tú ni yo tiramos nunca y que suele usar el gato para probar sus uñas. Es curiosa la vida de un gato: el nuestro se aproxima y se sienta sobre la mesa, me mira y vuelve a saltar al borde de la ventana.
Entonces huelo que huele muy mal. Huele a caca y a pis, precisamente de gato. Doy vueltas por la casa buscando algo horrible, mortal, una bomba: en la habitación de huéspedes donde solo tenemos un diván desvencijado en un rincón, veo cuatro gatitos cagándose y meándose en el parquet recién pulido. Recién pulido. Todo empieza a darme vueltas. Grito tu nombre como si gritar pudiera hacer desaparecer a los gatitos. Grito tu nombre como si se hubiera desatado una tormenta muy violenta -una tormenta con tsunami- y tú y yo -yo- estoy en una barca pequeñita, en una cáscara de nuez, bamboleándome en medio de las olas gigantes, toda mojada y eso, y te veo a lo lejos entre azote de ola y azote de lluvia torrencial y grito tu nombre en el preciso momento en que un trueno resuena en lo alto y en la intimidad de mis huesos ateridos al mismo tiempo, así que no me escuchas y yo me pierdo indefectiblemente por el desagüe de inodoro que resultó ser el mar.
Al final no sé cómo tú llegas y me preguntas que qué pasa y entonces yo señalo lo evidente y maullante que se mueve frente a nosotras. Y me dices, deslizando la mano desde el hombro hacia el vacío, en actitud de restar toda importancia: Oh, los tendremos en casa por un tiempo, como favor a una amiga. Noté que bajabas la vista al pronunciar la palabra amiga:
—¿Qué amiga?
—Una ex. Desde hace más de diez años que no sabía nada de ella, pero será su boda la próxima semana y me ha pedido que los gatos...
—¿Qué ex?
—Ana.
—¿Ana? ¿MI ANA? O sea, mejor dicho, ¿¿¿MI EX, ANA???
—La misma. 

Y el escándalo que monté a continuación tuvo una dimensión épica, de telenovela mexicana, con Verónica Castro y todo. Y es que Ana fue la única (gracias al cielo y al psicoanalista, que por aquel entonces me liberó bastante del drama de la separación con Ana, en un ataque de risa en plena sesión luego de que me dijera: te metió en su boca como una cereza para después escupir el hueso bien lejos, eh), Ana fue la única, decía, que sacó de mí lo peor, todo lo peor. Había pasado mucho tiempo, más de veinte años, 13.000 kilómetros y sin embargo la maldita  atacaba de nuevo. Más pensaba en esto y más furiosa y más loca y descontrolada me volvía, con el llanto atragantándoseme en mis propios mocos gritándole a Lol, desaforada. Corrí hacia su bolso, lo vacié, todo esto delante de ella que me miraba atónita, registré su móvil buscando el número de teléfono de Ana, llamé y le grité que viniera ya mismo a por sus gatos. Pero ya.

Ana está en la puerta. Muy alta y con esos ojos de cansancio y todo el semblante diciéndome: ¿Ya estamos otra vez montando el numerito? Me le tiro al cuello. Voy a matarla, me da igual. Lol se apresura a quitarme las manos de encima de ella. Yo empiezo a gritar otra vez, como una posesa, no puedo creer que haya sido pareja de Lol, no, no es posible, y que Lol le esté haciendo un favor, UN FAVOR, a esta loca usurpadora mentirosa, en mi propia casa, no, no puede ser posible.

Luego, también soñé que se había borrado la marca Birkenstock de mis birkenstocks.



He de decirte que no me siento bien: tu desaparición tan repentina de ayer me dejó un sabor amargo en el alma. Al principio pensé que seguramente se habría caído la conexión y que ya volverías. Mientras esperaba a que la lucecita verde junto a tu nombre se reestableciera, empecé a recordar aquella vez cuando, en un locutorio en pleno Belgrano R, mientras hablaba por teléfono con mi mamá en una cabina, entró un ladrón con un arma, y asaltó, a plena luz del día, a la dependienta. Yo lo veía todo desde la cabina, a escasos metros de la escena, con el teléfono en la mano. Y empecé a decirle a mamá: están robando ahora mismo, ¿¿qué hago?? Ella me decía que me quedara tranquila, que me quedara con ella, que no mirara mucho para que el ladrón no me viera. Yo no paraba de pensar que el tipo podría hacer cualquier cosa, encerrarnos a todos, matarnos, qué se yo; un arma de fuego es un objeto muy violento en sí. El tipo estuvo unos segundos, se llevó el dinero de la caja y salió corriendo; yo tuve pesadillas horribles durante bastante tiempo, me quedé muy asustada. Y meses después me asaltaron en la veterinaria. Detesto Buenos Aires por esto; es una razón de mucho peso para no querer volver ahí; me resulta muy cansador pensar siempre que en cualquier situación cotidiana puede desencadenarse la violencia. Los que viven en Buenos Aires no lo notan, claro, y piensan que los que nos escandalizamos con estas cosas somos unos tarados. Imaginate estar comiendo y pensar que vas a vomitarlo todo de repente. Imaginate estar practicando sexo y pensar que el techo se derrumbará. Imaginate que pensás estas cosas horribles porque ya te sucedieron antes y no hay nada en el mundo que garantice que no volverá a pasar: ni médicos ni arquitectos. Vivir en Buenos Aires para mí se asemeja a esto. Por eso anoche me quedé muy mal: pensé de verdad que entraron a robar en el locutorio en el que estabas, que te podrían haber secuestrado o algo peor. Pasé una noche horrenda, despertándome a cada rato para mirar el ordenador. Te pido que chatees conmigo cuando estés en un lugar seguro, como en la casa de tu amiga, con una conexión de Internet estable y con un tiempo razonable para dedicarme sin interrupciones o prisas. Hasta entonces prefiero que me escribas correos, y quisiera que me escribieras al menos dos líneas en cuanto leas esto para decirme que estás bien, porque lo cierto es que ahora mismo te escribo con un nudo en el estómago porque desde la repentina desaparición tuya de ayer yo no sé nada de vos, y me está matando la angustia.

sábado, 29 de junio de 2013

Hoy ya es sábado. Tengo la sensación de que te fuiste hace mucho mucho tiempo. El tiempo es lentísimo cuando no estás, es increíble.
Pasé una buena noche: hubo truenos y olor a lluvia, pero sin lluvia. A las doce ya estaba dormida. Primera noche sin ventilador.
Desperté a las diez. Nos fuimos con el perro a la verdulería esa que está lejos, camino de la biblioteca. Compré un puñado de cerezas, un aguacate, tomates, manzanas y tres bananas. A la vuelta, le di al perro una cereza, que  llevó en la boca todo el camino. Intenté hacerle una foto con la cereza en la boca mirándome, pero no me salió. Desayuné un cuenco de muesli con una banana y miel. Estuve leyendo los periódicos: el caso Bárcenas arde, Rubalcaba pidió formalmente su dimisión.
Le mandé un SMS a tu madre para confirmar que viene. Dijo que cómo no, que traía las ollas y que quería abrazarnos a mí, al perro y al gatón.
Jugamos aguaguau con el perro mientras me cepillaba los dientes.
Cociné una tarta de manzanas pequeña: hice una base de masa quebrada, la rellené con manzanas cocidas con canela y la espolvoreé con un crumble. Tuve el horno encendido veinte minutos.

Cuando sonó el timer, sonó el timbre de la puerta, era la cartera, me dijo que tenía un paquete. Y el paquete tenía mi nombre. El timer seguía sonando y a mí me temblaban las manos buscando una tijera para abrir el paquete. Se me cayó a la mierda el timer, el vaso que nos trajimos de Venecia y todo su contenido.
Tengo aquí mismo un nuevo libro de DFW que acabás de hacerme llegar. Y una mezcla de lágrimas y ganas de hacerme pis encima y muchas ganas de darte besos y gracias y besos y besos.
Sos muy bonita.
Ahora mismo tengo que ponerme a limpiar un poco la casa: pienso pasar la aspiradora y limpiar al baño. No lo hago solo por tu madre; mañana viene la niña esta.
No escribí nada; estoy absorbida por el libro de las conversaciones. Escucho a Sabino, y te imagino en aquel viejo relato que me hiciste, recorriendo las calles lluviosas de Madrid, riéndote sola escuchando este mismo audio que te mandé hace tanto tiempo: quiero contagiarme de tu risa.
Ojalá hoy podamos conectar. Extraño mucho mucho mucho tu voz preciosa.
Hasta luego, mi vida.

viernes, 28 de junio de 2013

Cositas que fueron pasando y que no te conté antes.
Y no te las conté antes porque no pasaron.
Estuve intercambiando correos con esta niña Helena: que viene pasado mañana y se queda un par de días. Ya le di la dirección, con link de Goolgle Maps incluido y explicación del camino en metro; todo muy fiel a tu estilo, pero sin ser papirolesco.
Desayuné un cuenco de cereal con yogur de soja y luego en el bar dos tostadas de pan con tomate y un té. Almorcé tarde, una especie de pisto que hice con tomates y un calabacín y media cebolla, con arroz integral. Luego estuve leyendo mucho y más tarde hablé con mi madre acerca de mi abuela: me asusta convertirme en una especie de guía, ser tranquilizadora, tener el control sobre la situación actual de mi mamá: siempre tuve que ser un poco como su madre o su padre, y esto, según mis sendos analistas, no es bueno para mí. Mi mamá se sale del papel de madre para convertirse en algo dependiente de mí, cada vez que tiene un problema; ¡me canso!
Mi mamá me contó que mi abuela le dijo que cuando yo era muy pequeña me negaba a comer
animales muertos.
Hice una olla grande de infusión de romero, que estuve tomando todo el día. Escuché a Peña.
Me duché, llené la botella de acero antinoséquécosas que tenemos en la cocina con infu, y fui al parque con el perro. En el camino pensé que cuando vuelvas voy a cobrarte estas  semanas con creces: cuento los días que me faltan para dejar de ir al putísimo parque. Por suerte, Petri me dijo que el jueves quizás vaya con amigos a Cercedilla o algún sitio así, y que si le presto al animal.
Volví a las diez de la noche, se levantó un aire super agradable: abrí todas las ventanas y pude apagar el ventilador. Leí un poco más, le di la cena al perro, al gato, y yo me calenté lo que quedó de pisto con arroz.
Ahora me voy a la cama, con una taza de infusión, a ver si puedo dormir mucho.
Mis planes para mañana: cocinar los scones para tu madre, comprar productos de limpieza en el supermercado, limpiar un poco para que no se diga, y luego veremos qué tal la tarde de nuera y suegra.
Te extraño. Vi una mujer a lo lejos en el parque que se acercaba con una camisa como la tuya a cuadros verdes: mi corazón dio un salto.
Te extraño pero hago como si no te extrañara, como si esto fuese normal; juego a que no existís en mi vida, solo para sobresaltarme cuando algo me recuerda a vos.
Te extraño a vos, que sos mi vida.
Que duermas bien, preciosa.

jueves, 27 de junio de 2013

Mirando los países en el mapa de la cocina.
Un dedo son kilómetros.
Mi mano entera
semanas de marcha.
Amanece y allí
donde estás cae la tarde.

¿Tienes también un mapa
clavado en la pared?
Inventar la ilusión así
de un instante
entrelazadas.


He trazado una línea azul entre nuestros puntos del mapa. La miro en las mañanas de café, periódico y ventana. Nuestro territorio inventado.

miércoles, 26 de junio de 2013

Hace cuatro minutos que me escribiste un correo. Te imagino perfectamente en esa gasolinera, qué horror. Pero para tus ojos europeos seguramente todo parece encantador.
Acabamos de volver con el perro de caminar seis kilómetros: fuimos hasta Madrid Río, salimos a las nueve de la mañana, que hacía solo veintiún grados. Fui muy esperanzada a la playa urbana, me imaginé saltando con el perro chorros de agua helada. Pero el concepto de diversión madrileño es tristísimo: NO HAY SOMBRA de ningún tipo, así que cuando llegamos allí, luego de caminar al sol sobre un suelo de polvo hirviente, nos dimos inmediatamente la vuelta; me vino a la cabeza la expresión 'poner los pies en polvorosa'.
El perro no se lo podía creer, que camináramos tanto y que de golpe, en una hora, subiera la temperatura diez grados. Paramos en una terraza donde no había ni dios. Pregunté si servían desayunos y el hombre me dice: le puedo preparar unas tostadas con tomate. Era exactamente lo que quería. Pedí también un té y cuando saqué el libro de Wallace, sonó el téfono: era tu padre. Ayer también había llamado, y tu madre, y Tu Hermana. Con Tu Hermana hablé por la noche, el plan supertorta que tenía para hoy era aprovechar que no estaban sus gatos y ponerse a lijar la encimera de madera de su cocina, y barnizarla. No quedamos en nada en concreto. A tu madre no la llamé porque realmente no me apetecía y era tarde; tampoco llamé a tu padre, así que hoy le contesté el llamado. Me limité a escuchar durante veinte minutos el relato minucioso de todo lo que hizo en la semana.
Leí un poco, el perro muerto de calor se tumbó cual largo es bajo la mesa. Luego volvimos, a paso rápido, evitando los claros de sol desesperadamente.
Anoche cené arroz, un huevo y judías verdes. Un poco de yogur de soja. Me costó dormir; hacía mucho calor, el perro estaba inquieto y ladraba a cada rato por tonterías; el gato durmió en tu sitio. Me desperté a las tres, a las cuatro, a las cinco y a las siete; espero que esta noche pueda dormir mejor.
La película rumana que descargué es uno de los films más malos que vi en mucho tiempo: la historia de un padre que va a buscar a su hija para pasar dos días de vacaciones al mar, y se pelea con todo el mundo en el trayecto: sus cuñados, su padre, su madre; todo en un excesivo alarde de miseria, en plan miren qué pobres y qué mal estamos en Rumanía. Pffff. La abandoné en algún momento.
Acaba de llamar tu madre y ha quedado en pasar mañana a traer las ollas y a tomar el té. A ver si le cocino unos scones con la manteca que queda.
Todo esto te cuento, mi amor.

Ahora mismo escucho un álbum de Miles Davis, ventilador a tope y agua helada.
Gracias a la cantidad de obesas con las que me crucé hoy en la caminata, estoy firmemente decidida a dejar de ingerir cosas engordantes. Ojalá comas estos días todo lo que quieras y te sacies, y que vuelvas a Madrid con muchas ganas de desintoxicarte.
Te extraño, hinvésil. Todo mi amor para vos. Siempre.

martes, 25 de junio de 2013

Haciendo el gili

Escribo este blog porque mi novia se ha ido. Pero no para siempre. Su trabajo la ha obligado a marcharse por no se sabe cuánto tiempo. A mí me queda esta casa con sus cosas y las mías, los animales, las plantas, Madrid a finales de junio, y el ordenador. Hasta el coño estoy, y se marchó hace dos días. En una de mis clases de yoga han dicho que hay que estar veinticuatro horas sin quejarse, así que he optado por iniciar este blog. Soy Olga, voy a cumplir 44 años y trabajo con animales. En mis horas libres también voy a la piscina y hoy terminé de leer los relatos de George Saunders, "Diez de diciembre". Me han encantado. No he decidido aún si Loles, la culpable de que esté yo aquí haciendo el gilipollas, leerá o no esto, ya veré. He estado todo el día pensando en esta canción, por eso el título. No me lo he currado mucho, la verdad. Ya iré avanzando.



Bueno, ya estarás volando.
Sensación rara cuando entro en casa y la mirada del perro me dice 'falta-la-otra-parte-de-la-manada'.
Ya sabés que bajé en Príncipe Pío y me fui al Vergel; hablamos allí. Compré un tarro de miel, una berenjena, dos calabacines, unos tomates, un puñado de judías y patatas. También un yogur de soja y un paquete de kukitcha. En cuanto llegué me desnudé, puse el ventilador, le saqué el collar al perro, le di una rebanada de pan de premio porque se portó bien, encendí el PC. Puse agua en la pava e hice té, corté las judías, media cebolla, una patata y metí todo en una olla con agua y un puñado de algas hijiki. Saqué el arroz de la heladera. Corté un poco de tofu y la media cebolla que me quedaba. Puse el timer con 20'. Me senté acá, vi mi correo y FBK; nada interesante. Abrí este blog.
Ahora mismo pienso que no es tan difícil la disciplina con la comida, ni con el alcohol; pienso en hacer un poco de autocrítica y ponerme seria con estas cosas, y con la meditación. Creo que pienso en hacer todo esto en vez de mis autodestructivos vicios de pizza y varios a modo de defensa, porque mi abuela se muere, y Li está enfermo: la salud es algo precioso ahora mismo para ellos, y para mí, muchas veces, parece que no significara nada. Voy a rezar por ellos y por vos, que estás volando ahora mismo.
Pienso en un nuevo texto que hable de los aeropuertos. Me gusta el silencio de la casa: solo se escucha el ventilador. Le quité el timbre al teléfono; me encantaría pasar días y días sin articular palabra. Es curioso lo que sucede cuando no interactuás con nadie: mientras cocinaba tuve una conversación imaginaria con Pau, la ubiqué al lado mío, y le expliqué lo que pienso de las algas, de lo buenas que seguramente son; ella me replicó que usara menos aceite de oliva para saltar las cebollas del caldo.
Faltan muchas horas para que leas esto; ojalá que tu vuelo no tenga turbulencias, que estés cómoda y tranquila. Cada vez que te pienso me duele el corazón; detesto que vueles. Y a vos te encanta. Me consuelo mirando este vídeo, ya que tenés la virtud de hacerme reir de mis miedos más malos:


Mis planes para hoy:
Leer el libro de David Foster Wallace.
Empezar el texto del aeropuerto.
Dormir la siesta.
Luego sacaré al perro.
Miraré una peli.
No voy a llorar.
Voy a dormir con todos los animales.
Esperaré noticias tuyas.