miércoles, 26 de junio de 2013

Hace cuatro minutos que me escribiste un correo. Te imagino perfectamente en esa gasolinera, qué horror. Pero para tus ojos europeos seguramente todo parece encantador.
Acabamos de volver con el perro de caminar seis kilómetros: fuimos hasta Madrid Río, salimos a las nueve de la mañana, que hacía solo veintiún grados. Fui muy esperanzada a la playa urbana, me imaginé saltando con el perro chorros de agua helada. Pero el concepto de diversión madrileño es tristísimo: NO HAY SOMBRA de ningún tipo, así que cuando llegamos allí, luego de caminar al sol sobre un suelo de polvo hirviente, nos dimos inmediatamente la vuelta; me vino a la cabeza la expresión 'poner los pies en polvorosa'.
El perro no se lo podía creer, que camináramos tanto y que de golpe, en una hora, subiera la temperatura diez grados. Paramos en una terraza donde no había ni dios. Pregunté si servían desayunos y el hombre me dice: le puedo preparar unas tostadas con tomate. Era exactamente lo que quería. Pedí también un té y cuando saqué el libro de Wallace, sonó el téfono: era tu padre. Ayer también había llamado, y tu madre, y Tu Hermana. Con Tu Hermana hablé por la noche, el plan supertorta que tenía para hoy era aprovechar que no estaban sus gatos y ponerse a lijar la encimera de madera de su cocina, y barnizarla. No quedamos en nada en concreto. A tu madre no la llamé porque realmente no me apetecía y era tarde; tampoco llamé a tu padre, así que hoy le contesté el llamado. Me limité a escuchar durante veinte minutos el relato minucioso de todo lo que hizo en la semana.
Leí un poco, el perro muerto de calor se tumbó cual largo es bajo la mesa. Luego volvimos, a paso rápido, evitando los claros de sol desesperadamente.
Anoche cené arroz, un huevo y judías verdes. Un poco de yogur de soja. Me costó dormir; hacía mucho calor, el perro estaba inquieto y ladraba a cada rato por tonterías; el gato durmió en tu sitio. Me desperté a las tres, a las cuatro, a las cinco y a las siete; espero que esta noche pueda dormir mejor.
La película rumana que descargué es uno de los films más malos que vi en mucho tiempo: la historia de un padre que va a buscar a su hija para pasar dos días de vacaciones al mar, y se pelea con todo el mundo en el trayecto: sus cuñados, su padre, su madre; todo en un excesivo alarde de miseria, en plan miren qué pobres y qué mal estamos en Rumanía. Pffff. La abandoné en algún momento.
Acaba de llamar tu madre y ha quedado en pasar mañana a traer las ollas y a tomar el té. A ver si le cocino unos scones con la manteca que queda.
Todo esto te cuento, mi amor.

Ahora mismo escucho un álbum de Miles Davis, ventilador a tope y agua helada.
Gracias a la cantidad de obesas con las que me crucé hoy en la caminata, estoy firmemente decidida a dejar de ingerir cosas engordantes. Ojalá comas estos días todo lo que quieras y te sacies, y que vuelvas a Madrid con muchas ganas de desintoxicarte.
Te extraño, hinvésil. Todo mi amor para vos. Siempre.

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