domingo, 30 de junio de 2013

Llego a casa y todo está normal. La luz, los pájaros en las ventanas, la pila de periódicos en la entrada que ni tú ni yo tiramos nunca y que suele usar el gato para probar sus uñas. Es curiosa la vida de un gato: el nuestro se aproxima y se sienta sobre la mesa, me mira y vuelve a saltar al borde de la ventana.
Entonces huelo que huele muy mal. Huele a caca y a pis, precisamente de gato. Doy vueltas por la casa buscando algo horrible, mortal, una bomba: en la habitación de huéspedes donde solo tenemos un diván desvencijado en un rincón, veo cuatro gatitos cagándose y meándose en el parquet recién pulido. Recién pulido. Todo empieza a darme vueltas. Grito tu nombre como si gritar pudiera hacer desaparecer a los gatitos. Grito tu nombre como si se hubiera desatado una tormenta muy violenta -una tormenta con tsunami- y tú y yo -yo- estoy en una barca pequeñita, en una cáscara de nuez, bamboleándome en medio de las olas gigantes, toda mojada y eso, y te veo a lo lejos entre azote de ola y azote de lluvia torrencial y grito tu nombre en el preciso momento en que un trueno resuena en lo alto y en la intimidad de mis huesos ateridos al mismo tiempo, así que no me escuchas y yo me pierdo indefectiblemente por el desagüe de inodoro que resultó ser el mar.
Al final no sé cómo tú llegas y me preguntas que qué pasa y entonces yo señalo lo evidente y maullante que se mueve frente a nosotras. Y me dices, deslizando la mano desde el hombro hacia el vacío, en actitud de restar toda importancia: Oh, los tendremos en casa por un tiempo, como favor a una amiga. Noté que bajabas la vista al pronunciar la palabra amiga:
—¿Qué amiga?
—Una ex. Desde hace más de diez años que no sabía nada de ella, pero será su boda la próxima semana y me ha pedido que los gatos...
—¿Qué ex?
—Ana.
—¿Ana? ¿MI ANA? O sea, mejor dicho, ¿¿¿MI EX, ANA???
—La misma. 

Y el escándalo que monté a continuación tuvo una dimensión épica, de telenovela mexicana, con Verónica Castro y todo. Y es que Ana fue la única (gracias al cielo y al psicoanalista, que por aquel entonces me liberó bastante del drama de la separación con Ana, en un ataque de risa en plena sesión luego de que me dijera: te metió en su boca como una cereza para después escupir el hueso bien lejos, eh), Ana fue la única, decía, que sacó de mí lo peor, todo lo peor. Había pasado mucho tiempo, más de veinte años, 13.000 kilómetros y sin embargo la maldita  atacaba de nuevo. Más pensaba en esto y más furiosa y más loca y descontrolada me volvía, con el llanto atragantándoseme en mis propios mocos gritándole a Lol, desaforada. Corrí hacia su bolso, lo vacié, todo esto delante de ella que me miraba atónita, registré su móvil buscando el número de teléfono de Ana, llamé y le grité que viniera ya mismo a por sus gatos. Pero ya.

Ana está en la puerta. Muy alta y con esos ojos de cansancio y todo el semblante diciéndome: ¿Ya estamos otra vez montando el numerito? Me le tiro al cuello. Voy a matarla, me da igual. Lol se apresura a quitarme las manos de encima de ella. Yo empiezo a gritar otra vez, como una posesa, no puedo creer que haya sido pareja de Lol, no, no es posible, y que Lol le esté haciendo un favor, UN FAVOR, a esta loca usurpadora mentirosa, en mi propia casa, no, no puede ser posible.

Luego, también soñé que se había borrado la marca Birkenstock de mis birkenstocks.



He de decirte que no me siento bien: tu desaparición tan repentina de ayer me dejó un sabor amargo en el alma. Al principio pensé que seguramente se habría caído la conexión y que ya volverías. Mientras esperaba a que la lucecita verde junto a tu nombre se reestableciera, empecé a recordar aquella vez cuando, en un locutorio en pleno Belgrano R, mientras hablaba por teléfono con mi mamá en una cabina, entró un ladrón con un arma, y asaltó, a plena luz del día, a la dependienta. Yo lo veía todo desde la cabina, a escasos metros de la escena, con el teléfono en la mano. Y empecé a decirle a mamá: están robando ahora mismo, ¿¿qué hago?? Ella me decía que me quedara tranquila, que me quedara con ella, que no mirara mucho para que el ladrón no me viera. Yo no paraba de pensar que el tipo podría hacer cualquier cosa, encerrarnos a todos, matarnos, qué se yo; un arma de fuego es un objeto muy violento en sí. El tipo estuvo unos segundos, se llevó el dinero de la caja y salió corriendo; yo tuve pesadillas horribles durante bastante tiempo, me quedé muy asustada. Y meses después me asaltaron en la veterinaria. Detesto Buenos Aires por esto; es una razón de mucho peso para no querer volver ahí; me resulta muy cansador pensar siempre que en cualquier situación cotidiana puede desencadenarse la violencia. Los que viven en Buenos Aires no lo notan, claro, y piensan que los que nos escandalizamos con estas cosas somos unos tarados. Imaginate estar comiendo y pensar que vas a vomitarlo todo de repente. Imaginate estar practicando sexo y pensar que el techo se derrumbará. Imaginate que pensás estas cosas horribles porque ya te sucedieron antes y no hay nada en el mundo que garantice que no volverá a pasar: ni médicos ni arquitectos. Vivir en Buenos Aires para mí se asemeja a esto. Por eso anoche me quedé muy mal: pensé de verdad que entraron a robar en el locutorio en el que estabas, que te podrían haber secuestrado o algo peor. Pasé una noche horrenda, despertándome a cada rato para mirar el ordenador. Te pido que chatees conmigo cuando estés en un lugar seguro, como en la casa de tu amiga, con una conexión de Internet estable y con un tiempo razonable para dedicarme sin interrupciones o prisas. Hasta entonces prefiero que me escribas correos, y quisiera que me escribieras al menos dos líneas en cuanto leas esto para decirme que estás bien, porque lo cierto es que ahora mismo te escribo con un nudo en el estómago porque desde la repentina desaparición tuya de ayer yo no sé nada de vos, y me está matando la angustia.

2 comentarios:

Blau dijo...

Hola, tremendo, Olga.

Juli Gan dijo...

Lo de cuidar algo de una ex, pase, pero tener bichos excretantes en casa me sloiviantaría. "casus divorcii". :P